jueves, 26 de agosto de 2010

Una jornada histórica

Una jornada histórica

Por Roberto Caballero


La de ayer fue una jornada histórica. Por primera vez desde el regreso de la democracia, el Estado le pone un límite al Grupo Clarín. No al diario, ni a sus periodistas. Que nadie se equivoque. A la empresa oligopólica que no reconoce otra legalidad que la suya propia. A la empresa oligopólica que mantuvo de rehenes al resto de los medios, pequeños y medianos, y a la clase política en general, durante todos estos años. Si Néstor Kirchner descolgó al cuadro de Videla del Colegio Militar y entregó la ESMA a las víctimas del terrorismo de Estado, reparando así de modo simbólico las heridas del pasado, Cristina Kirchner pasará a la Historia como la presidenta que logró lo que nadie había siquiera intentado en todos estos años, ni aun su marido: subordinar a un gigante corporativo del porte de la empresa de Héctor Magnetto a las leyes de la democracia. Su discurso de 75 minutos en la Casa Rosada, por cadena nacional, denunciando los crímenes de lesa humanidad cometidos en el despojo de Papel Prensa a la familia Graiver, es un gesto democrático inmenso, de un valor que probablemente no redunde en votos para la coyuntura. Pero que vuelve a poner las cosas en su lugar, en un país que se había acostumbrado durante décadas al desorden donde los que ganan y deciden son los dueños habituales del poder y del dinero. Es cierto, la ponencia presidencial no llegó tan lejos. Faltó decir, quizá, que la concentración de medios (el monopolio del papel, en este caso como metáfora de la comunicación cartelizada de la Argentina) permitió que la riqueza también se concentrara en pocas manos. El pensamiento único, repetido hasta el cansancio por el sistema tradicional de medios, monitoreado por Clarín, La Nación y el Grupo Vila-Manzano, terminó convenciendo a millones de personas de que no había nada que valiera la pena por fuera de la agenda que esos mismos empresarios tenían y tienen para la sociedad: un país pequeño donde sobran las tres cuartas partes de la población. Son los dueños de esos medios quienes naturalizaron la idea de que nada bueno proviene de la política, de los sindicatos, de la cultura, de los intelectuales, de la militancia, o del Estado mismo. En definitiva, de nadie que pueda democratizar las relaciones sociales en serio o discutirle su renta. De nadie que pueda poner en riesgo el statu quo, es decir, la predominancia y el control empresario sobre el conjunto social, lo que se traduce en una foto 4x4 que congela al país en un subdesarrollo económico absurdo, que a ellos beneficia y a la mayoría le roba los sueños. La verdad es que la Argentina no tiene muchas alternativas. O es una película épica apta para todo público que filmamos y gozamos entre todos o sigue siendo este video triple X, donde la pornografía de la desigualdad se instala como cosa inamovible, gracias al gobierno de los sentidos que practican los mismos hace 27 años. La descortesía empresaria (ninguno de sus máximos referentes estuvo ayer en Balcarce 50) no hace más que confirmar el grado de complicidad ideológica de muchos de ellos con el modelo desindustrializador que necesitó un genocidio para imponerse, sentando las bases de la tragedia social de los ’90, donde uno de cada cuatro argentinos perdió el trabajo y se privatizó a mansalva el patrimonio público. La democracia es de todos. No puede ser sólo el gobierno de las corporaciones económicas. Ahora queda claro por qué Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto pueden llegar a confluir con Hugo Moyano. No es la caja. Es el espanto que les produce volver a esos horrores.
Sería injusto, de todos modos, pedirle tanto a esta jefa de Estado. Que es probable que no sea lo nuevo, sino el puente para huir de un pasado donde todo o casi todo se hizo mal. A Cristina Kirchner la juzgará la Historia con sus aciertos, que los tiene y sus errores, que también los tiene. Pero en esa ecuación, que seguramente harán los que escriban los libros del futuro, que no falte el contexto donde esta mujer acertaba y se equivocaba. Mientras ella presentaba este informe, un grupo de representantes del pueblo privatizó su mandato, se inmoló por Fibertel (de Clarín) y convirtió al Parlamento, como bien dice Martín Sabbattela, en el “bufete de abogados” de un grupo empresario. ¿Esto no es un tomadura de pelo a sus electores? ¿No es, acaso, pretender rebajar uno de los poderes del Estado, el Legislativo, y hacer que sea una suerte de oficina de quejas de Magnetto, Aranda y la señora de Noble? La mañana previa al anuncio en la Rosada, las dos empresas que editan diarios (Clarín y La Nación) se erigieron en máximo tribunal de alzada para decidir a través de un bando desafiante, que publican en su portada de ayer con inhabitual descaro, que el informe oficial de Papel Prensa iba a ser un ataque a la libertad de expresión. ¿Por qué no se plantaron así cuando Videla y Martínez de Hoz vaciaban el país y aniquilaban a toda una generación de argentinos? Ahora, a este país no le sirve esa valentía. Si no fuera porque hay una historia siniestra detrás, hasta resultaría gracioso leer lo que ellos mismos publicaron: “Controlar el papel, es controlar la información.” Precisamente, es lo que ellos hicieron durante todos estos años. Elisa Carrió advirtió ayer, desde la palestra digital de Clarín, que “el gobierno cruza el límite entre democracia y autoritarismo” o que el informe instaura nuevamente el “terrorismo de Estado”. ¿Qué lugar nos deja la señora a los que creemos lo contrario? ¿Qué calificación merecemos los que pensamos que la nueva Ley de Medios y el informe sobre Papel Prensa son un paso enorme hacia el pluralismo informativo? ¿Si Carrió fuera presidenta, dónde me tendría que esconder? ¿Adónde nos tendríamos que exiliar? Cuando Carrió habla de Kirchner como si fuera López Rega o repite los argumentos de Camps para defender a Noble y Magnetto retrocede al horror. Y es una pena: muchos no la queríamos ver en ese lugar. Pero confieso que le temo más a su intolerancia manifiesta que al autoritarismo de un gobierno que en siete años no mató a nadie por protestar, como sí hicieron los que lo precedieron. ¿O nos olvidamos de los muertos en Plaza de Mayo de diciembre de 2001? Y no estoy hablando sobre las cualidades de la administración K. Como periodista, me abstengo de caer en el falso eje “kircherismo / antikirchnerismo” para analizar las cosas. Me refiero al tipo de democracia en la que millones queremos vivir. También los que hoy no opinamos como Carrió. O como Pinedo. O como Macri. O como De Narváez. O como Duhalde. O como Giudici. El problema no es que sean opositores. No se trata de eso. El problema es que después de todo lo se sabe sobre el affaire Papel Prensa sigan siendo “clarinistas”. Como dice Víctor Hugo Morales: algún día, haber sido “clarinista” dará tanta vergüenza como haber sido “videlista”.
No sé, tengo la impresión de que ese día llegó.

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